Este sitio no nace como una marca, ni como una plataforma personal pensada para encajar en algún molde digital. No hay estrategia detrás. No hay storytelling de manual. No hay personaje inventado. Aquí no vengo a enseñarte nada, ni a convencerte de algo. Vengo a dejar por escrito lo que soy, lo que creo, lo que me sostiene cuando todo lo demás se cae. Vengo a hablar desde mí, desde lo que me ha costado, lo que me atraviesa, lo que me moviliza.
Este es mi espacio. No porque lo controle, sino porque lo habito. Porque necesito un lugar para pensar en voz alta, para declarar lo que pienso sin pedir permiso, para poner en palabras lo que muchas veces no cabe en los discursos prefabricados.
Creo en la libertad. Y no me refiero a esa idea abstracta que flota en los discursos políticos o en las frases de redes sociales. Hablo de la libertad como el poder real de decidir por mí, de elegir lo que quiero, lo que siento, lo que necesito, sin miedo a decepcionar, sin miedo a molestar, sin miedo a ser castigado por pensar diferente. Libertad también es tener el derecho a decir que no, a retirarse, a empezar de nuevo, y que eso sea respetado. Y sí, la libertad necesita respeto. Porque si no hay respeto, lo que hay es amenaza.
También creo profundamente en el respeto. No como formalidad vacía, sino como acto de amor real hacia el otro. Respetar es aceptar que el otro puede elegir un camino distinto al tuyo, que puede pensar diferente, y que eso no lo hace menos. Respetar es acompañar aunque no entiendas. Es no dañar, ni con palabras, ni con actos, ni con indiferencia. Es reconocer al otro como legítimo, y eso empieza por uno. Porque si no me respeto a mí, ¿cómo voy a respetar a los demás?
Creo en la justicia social como una urgencia vital. No como un concepto ideológico, sino como una necesidad concreta de que las personas tengan condiciones reales para desarrollarse. Tener casa, tener tiempo, tener salud, tener educación, tener herramientas para crecer. Y no crecer para producir, sino para vivir con dignidad, con sentido. Justicia social es que nadie tenga que mendigar por lo básico, ni sobrevivir mientras otros juegan a salvar el mundo desde su escritorio.
Creo en el amor. Pero no en ese amor decorado que vemos en las películas. Hablo del amor que empieza por uno, del amor propio que cuesta, que se construye con esfuerzo, con lágrimas, con decisiones. Porque uno no puede dar lo que no tiene. Y si no tengo amor por mí, ¿qué clase de amor puedo ofrecer a los demás? El amor, cuando es verdadero, transforma. Sostiene. Da dirección. Y sin amor, no hay proyecto posible.
Creo en la comunidad. En la que te rodea, te afecta, te moldea. Porque no vivimos solos, aunque lo intentemos. Lo que pasa en mi entorno me toca, me penetra, me cambia. Si mi comunidad está rota, algo dentro de mí también se rompe. Por eso no me da lo mismo lo que pase a mi alrededor. La comunidad es el reflejo más nítido de lo que somos como sociedad.
Creo en la humanidad. No porque crea que todo está bien, sino porque todavía hay gente que ama, que resiste, que crea. Porque aún con nuestras contradicciones, seguimos teniendo la capacidad de hacer cosas hermosas. Y mientras eso siga siendo posible, seguiré creyendo.
Creo en el poder bien usado. En el poder como herramienta, no como amenaza. El poder no es malo en sí mismo. El problema es cómo se ejerce. Tener poder implica una responsabilidad enorme. Porque con poder puedes destruir o puedes construir. Y ahí entra la humildad, entendida no como pobreza, sino como fertilidad. Como capacidad de hacer crecer a otros. De no creerse superior, aun cuando tengas más herramientas.
Creo en el dar y recibir como un acto recíproco. No se trata solo de entregar, también hay que aprender a recibir. Y eso también cuesta. Cuesta aceptar que no tenemos todo, que también necesitamos, que también dependemos. Pero ahí está la verdadera abundancia, en abrirse, en no cerrarse, en dejarse tocar por lo que otros tienen para ofrecer.
Creo en el territorio. No en el sentido de fronteras o límites. Sino en el territorio como el espacio que habito con mis decisiones, con mis actos, con mi energía. Territorio es también el lugar simbólico desde donde construyo mi identidad. Y hoy ese lugar es Chiloé. Pero también es todo lo que he tocado y que me ha tocado.
Me duele el egoísmo. Me duele la inconsciencia. Me duele vivir en un mundo donde la gente no se ve, no se toca, no se escucha. Me duele que el amor propio sea visto como egoísmo, y que el egoísmo se disfrace de libertad. Me duele que vivamos apurados, compitiendo, con miedo, sin pausa, sin ternura. Me duele que tanta gente viva sin darse cuenta de que podría vivir mejor, con menos ruido y más conciencia.
Y sí. Hay cosas que no transo. No transo mi libertad. No transo el respeto. No transo que alguien quiera imponerme una forma de vida sin escuchar. No transo la falta de conciencia. No transo el abuso de poder. No transo que alguien decida por mí sin mirarme a los ojos.
Si algo quiero dejarle al mundo, no son frases bonitas ni productos digitales. Quiero dejar conciencia. Quiero dejar una manera distinta de mirar, de estar en el mundo, de habitarlo. Quiero que otros puedan decir lo que yo digo, sin miedo, sin castigo, con alegría.
Este sitio es para eso. Para decir. Para pensar. Para sentir. Para compartir lo que soy, con quien quiera leerlo. No vine a buscar seguidores. Vine a quedarme.
Esto, para mí, es el comienzo.