Sobre mí

Raíces en movimiento

Nunca tuve tierra firme. Me construí con lo que había. Entre casas prestadas, barrios ásperos y cambios sin aviso, aprendí a moverme, a leer el mundo y a no soltar lo que me hace sentido.

Así empezó todo. Mi historia no empieza donde parece

Nunca hubo una casa fija, ni colegios estables, ni una figura paterna que ordenara las piezas. Lo que sí había era mi madre, mis hermanos, y una rutina marcada por la urgencia de sobrevivir. Desde niño supe que si quería algo, tenía que salir a buscarlo. A los once años empecé a trabajar llenando bolsas en un supermercado. Más tarde vinieron los veranos entre uvas, embalajes y jornales. Con eso pagaba lo básico, útiles, uniformes, un poco de dignidad.

Crecí en barrios duros. Rodeado de carencias, de violencia cotidiana, pero también de códigos propios, de respeto entre quienes compartíamos ese mismo suelo. Y aún en medio de todo eso, yo buscaba algo más. Leía mucho. Leía todo. Y tal vez por eso, o por pura necesidad de sentido, me acerqué a la organización social. Primero como delegado, luego como vicepresidente del centro de alumnos. Después vinieron las agrupaciones culturales, los talleres, las bibliotecas populares. Lugares donde pude empezar a entender que cambiar mi entorno también era una forma de cambiarme a mí.

Nunca me movió la estabilidad. Me movió la necesidad de transformar. Y esa necesidad sigue viva.

Búsqueda, frustraciones y política viva

Después del colegio, mi camino no fue una línea recta.

Me fui al norte buscando algo, no sabía bien qué. Viví en Iquique, trabajé entre neumáticos y bodegas, recorrí el desierto, y volví con más preguntas que respuestas. Mi entorno seguía siendo el mismo, pobreza, frustraciones acumuladas, bibliotecas como refugio. Aun así, intenté entrar a la universidad. Lo logré, pero no duré. No por falta de ganas, sino por no tener con qué sostener ese sueño. Protesté por eso, me echaron por eso. Y una frase de la asistente social de la universidad se me quedó clavada: “Si no tienes cómo pagar, mejor vete a trabajar”. Lo hice y no dejé de leer. Ni de buscar.

Fue en esa época cuando fundamos «Librarte», una agrupación cultural para fomentar la lectura, postular proyectos y crear comunidad. Participé en los cabildos nacionales para la creación del Ministerio de Cultura, representando a mi comuna, Colina. Luego vendrían más agrupaciones, nuevos intentos universitarios, y sobre todo un vínculo cada vez más profundo con la organización política partidista. Me vinculé al Partido por la Democracia (PPD), fundé la juventud en Colina, conocí líderes nacionales, recorrí comunas, sedes, banderas, micrófonos, asambleas y consejos. Y mientras tanto, volvía una y otra vez a Chiloé.

Chiloé. Una promesa que se volvió destino

En 1999 llegué por primera vez a Chiloé. Vine mochileando, sin saber muy bien por qué, solo con la intuición de que tenía que venir. Vine por un par de días, me quedé semanas dando vueltas por el archipiélago. Me enamoré de esta tierra. Desde ese año no dejé de volver. Lo hice una y otra vez, hasta que finalmente me vine con mi familia, hace más de una década. Desde entonces, este es mi hogar y mi nuevo punto de partida.

En paralelo, seguí creciendo en la política. Llegué a trabajar en el Ministerio del Interior, en La Moneda, con el Subsecretario Patricio Rosende. Cumplí ese sueño que alguna vez había formulado en voz baja. Estar cerca del poder real. Pero una vez dentro, descubrí que ese lugar no era para mí. No porque no me importara transformar el país —al contrario—, sino porque ahí dentro me di cuenta de que las transformaciones profundas requieren otras herramientas.

El salto al mundo digital

Salí del poder institucional y empecé desde cero. Aprendí a programar. Me metí en el mundo web cuando Flash aún se usaba, cuando las páginas se armaban con Dreamweaver y CSS. Y desde ahí, desde lo técnico, reencontré lo político. Pero no el político de partido. El político que transforma. El que construye. El que diseña sistemas para que otros puedan habitar y crecer. Empecé a crear plataformas, a desarrollar proyectos digitales con foco local, a impulsar la digitalización como un derecho, no como un lujo.

Fundé Chilwue, la primera agencia de estrategias digitales del archipiélago. Luego vinieron eMercado, HubChiloé, y el blog ViajaaChiloe.com. Todas nacen del mismo impulso. Usar la tecnología como palanca de justicia territorial. Mostrar lo invisible. Conectar lo que está desconectado. Darle voz digital a quienes nunca la han tenido.

Y siempre con esa obsesión de fondo. Cambiar el mundo desde donde estoy.

No volví a trabajar en algo que no me hiciera sentido. Lo que hago hoy nace de todo lo que fui. Lo he dicho más de una vez. No lo repito, lo transformo.

Lo que me mueve hoy

Hoy sigo en esa lucha, pero no con banderas partidistas. Conozco bien ese mundo, sé cómo funciona por dentro, y por eso decidí alejarme de él como militante. Ya no me representa. Sigo teniendo opinión política, y la sostengo con firmeza y conocimiento, pero mi energía está en otra parte. En la construcción de sistemas digitales, en la automatización, en la inteligencia artificial aplicada a resolver problemas reales. Estoy convencido de que la economía digital es una vía concreta para transformar el mundo. Y por eso hoy estudio formalmente Economía. Me título en 2026, pero la búsqueda lleva toda una vida.

Desde Chiloé, sigo creando. Con tecnología. Con visión crítica. Con proyectos con alma.

Y aunque nunca me movió la estabilidad, hoy tengo un motor que me sostiene como nunca antes, mis 3 amores: Mi compañera de vida y mis hijas.

Cambiar el mundo ya no es una idea romántica. Es una urgencia.

Es lo mínimo que puedo hacer si quiero dejarles algo más limpio, más humano, más justo.

Broche final

No vine a encajar. Vine a dejar marca.

Y si algo de todo esto sobrevive a mí, o le sirve a otro para prender su propia chispa, entonces valió la pena.