Cuando conocí Chiloé, a fines de los noventa, no sabía que estaba entrando en uno de los lugares más hermosos de la Tierra. Fue en el verano del 99, mochileando con amigos, empujados por esas ganas jóvenes de descubrir lo que estaba fuera del mapa. Alguien nos habló de una fiesta en Cucao, la Fiesta de la Luna. Eso bastó. Armamos las mochilas y partimos desde Santiago. Recuerdo el cruce en ferry como una escena fundacional. Mágica. Pero fue al pisar la isla que algo cambió para siempre.
Lo que sabíamos de Chiloé era poco y parcial. Nos lo habían enseñado en los colegios como una tierra de mitos y leyendas, un rincón pintoresco al sur del mundo. Pero nadie nos hablaba de su gente, su cultura viva, su modo de habitar el tiempo y el territorio. Lo que descubrí en esa primera visita fue una geografía humana profunda, una identidad que no cabía en los folletos turísticos ni en las páginas web —que por entonces ni existían—, y que tampoco encontraba espacio en los medios nacionales.
Volví muchas veces. Me fui enamorando lento, sin prisa. No solo del paisaje, sino del ritmo. De la lluvia y la leña. De la conversación larga. De la idea de comunidad, que en Chiloé tiene peso real. Me fui quedando, hasta que hace más de una década nos vinimos a vivir acá con mi familia. Fue una decisión grande, una apuesta de vida. Pero también fue un gesto de coherencia.
En estos años he visto cómo Chiloé ha sido contado muchas veces desde afuera, como un destino de moda, como un ítem más en la lista del turista que busca lo pintoresco. Pero sentí —y sigo sintiendo— que faltaba una voz que contara Chiloé desde dentro. Con respeto, con amor, con profundidad. No para romantizarlo, sino para mostrarlo en toda su complejidad.
Por eso creé Viaja a Chiloé. Un blog, sí. Pero no cualquier blog. Lo pensé como un espacio de divulgación turística territorial, pero con raíz y visión. Un lugar donde la información, la inspiración y la identidad se mezclaran para dar a conocer el alma del archipiélago. Porque un blog bien hecho puede ser mucho más que un espacio de promoción. Puede ser una herramienta para el desarrollo local, para romper la estacionalidad turística, para atraer miradas nuevas sin sacrificar lo propio.
Chiloé es mucho más que su temporada alta. Más que el Muelle del Alma, las iglesias patrimoniales o las mingas. Es ballenas y mercados. Es turismo de naturaleza y de cultura. Es lluvia, gastronomía, ríos, senderos y archipiélago. Es un destino para todo el año, para toda la vida. Y Viaja a Chiloé quiere contar eso. Mostrar lo que está, lo que fue, lo que está emergiendo. Ser un punto de partida para quien quiera venir con otros ojos.
No pretendo tener la última palabra. Todo lo contrario. Quiero abrir la conversación. Invitarte a explorar, a leer, a mirar y a venir. Porque Viaja a Chiloé no es solo una web. Es una forma de habitar el territorio digital con sentido. Es una manera de decir, esto también somos.
Y si te dan ganas, te invito a pasar por allá. Hay artículos, rutas, historias. Pero sobre todo, hay una intención. Que Chiloé se conozca como merece. Que su voz suene fuerte, clara, digna. Todo el año. Para todos.